Las ideas no se matan

Las ideas no se matan, dicen que dijo Sarmiento. Parece que tampoco fue él quien lo dijo, sino un francés del siglo XVIII. Eso es lo interesante, las ideas no se matan, pero pueden repetirse, copiarse. Pueden ser robadas. Puede manipularse su significado. Se puede deformar una idea hasta convertirla en algo completamente diferente.

No puedo dar cuenta de los detalles, pero hace un tiempo escuché una historia que ilustraba el asunto. Fue en una de esas conversaciones que uno suele sostener a mitad de la jornada laboral, a la hora de comer. Es posible que en mi afán de romper la monotonía del día haya escuchado más de lo que me dijeron, y es también posible que en el afán de mantener el relato interesante, narre una historia distinta a la que creo haber escuchado. En todo caso, el lector sabrá disculpar.

En un país del Noreste africano, después de 30 años y numerosas revueltas, la dictadura llegaba a su fin. Parecía el final feliz de una película, pero no era más que el comienzo de la saga. Después de deponer al dictador, las fuerzas armadas tomaron el control del gobierno prometiendo llamar a elecciones. Por supuesto, esto no sucedió. Año y medio después, presión pública mediante, se convocó al pueblo a las urnas. Las fuerzas armadas postulaban su propio candidato, Aadheen. Por otra parte, se presentó el candidato Baadi, representando una de las organizaciones islámicas del país. Dentro de esta organización hubo una escisión (cuyos motivos desconozco) de la cual resultó otro postulante, Chafik, que ganó rápidamente la simpatía de la población. Aparentemente era una persona convincente, imbatible en los debates. Pero así como las ideas no se matan, más de una vez tampoco necesitan ser rebatidas. Oportunamente, apareció un documento diciendo que Chafik era hijo de una mujer americana, pecado doble en una sociedad con poco afecto por los estadounidenses, y cuya Constitución prohíbe la candidatura de un hijo de inmigrantes. De esta manera comenzó un largo proceso judicial que terminó con resultados favorables para el popular candidato. Se demostró que el documento era falso. El único problema fue que el juicio terminó pasadas las elecciones, de manera que sólo quedaron en pie las candidaturas de Aadheen y Baadi. De estos dos, el segundo marchaba primero en las encuestas y terminó por imponerse en las urnas.

No estoy al tanto de cómo marcharon los primeros meses del nuevo gobierno. Lo que sí sé es que, después de algún tiempo, empezaron los problemas para Baadi. La oposición, liderada por Aadheen, comenzó a difundir el rumor de que el presidente estaba considerando vender una de las islas del país a una de las potencias de la región. Los rumores fueron tomando fuerza, algunos diarios comenzaron a publicar incluso condiciones y cifras de la transacción, y en algunos noticieros podían verse los análisis acerca de la ubicación estratégica de las islas y cuan grave sería para la soberanía nacional perder ese territorio en manos de otro país. Las negativas de Baadi no fueron suficientes, y a la falta de credibilidad del gobierno se le sumó una inmanejable situación económica que favoreció que Aadheen, ayudado por las fuerzas armadas, depusiera a su contrincante y asumiera el gobierno.

Una de las primeras medidas del nuevo gobernante fue vender la isla. Vino acompañada de varios informes en los noticieros que hablaban de cómo en un país económicamente devastado, el dinero recibido por la transferencia era más útil que una isla perdida en medio del océano. Esa noche, Baadi no pudo dormir. Sintió un dolor profundo, incluso algunas nauseas. No, no era que le preocupaba el destino incierto de su pueblo. Era algo peor. Le habían robado su idea.